
Casi tan rápido como una bala, como una ráfaga de ametralladora, como un misil ultrasónico, como un rayo Staccato, así cavila mi cerebro. Trabaja a una velocidad desenfrenada, sin meta, ni freno. Vive ahí, cómodamente recluido cual monje del Cister paseando por el claustro de un monasterio ensimismado en la lectura de algún texto sagrado o recitando una repetida jaculatoria. Vive ahí, en el interior de esa cápsula de aislamiento sensorial llamada craneo y recibiendo la información sesgada y filtrada de mis sentidos. Con esa información, mi cerebro se pasa el día construyendo historias…